El cerebro inconsciente, el comportamiento y la interacción social
Neurociencias, psicología evolutiva y economía comportamental
La idea de que el ser humano escapa de las fuerzas biológicas, haciéndolo distinto de los demás animales, ha cambiado a lo largo de los siglos: desde la tradición judeo-cristiana, que asemeja al hombre a Dios y que lo pondera por encima de los animales, hasta la idea platónica de un ser humano cuyo comportamiento va guiado por dos caballos (la voluntad y las pasiones irracionales) conducidos por un actor capaz de dirigir su actuación (la razón). Sin embargo, la imagen o metáfora que tal vez ha perdurado más para explicar la idea de seres humanos que escapan de la biología debido a su esencia puramente social es la idea de la tabla rasa.
La expresión tabula rasa se ha empleado como punto de partida para explicar cómo funciona la mente y cómo adquirimos conocimiento. Básicamente, la idea de la tabla rasa se refiere a que la mente es un libro en blanco sobre el que a través de la experiencia y la educación se va escribiendo y moldeando, haciéndonos “lo que somos”. Esta doctrina explica los pensamientos, las emociones y los comportamientos como un resultado de la socialización del individuo, es decir, por efecto de sus experiencias influidas exclusivamente por el entorno y la cultura. La idea de la tabla rasa va de la mano con el concepto del “buen salvaje” que Rousseau empleó para describir las culturas indígenas colonizadas, mismo que describe a una persona buena por naturaleza que nace libre de la maldad y el egoísmo. Bajo esta concepción, la sociedad es capaz de transformar al individuo por medio de la crianza y la construcción de instituciones.
Se puede comenzar diciendo que los últimos veinticinco años han sido testigos de una explosión de estudios en neurociencias que, gracias a nuevas técnicas no intrusivas como FMRI (Functional Magnetic Resonance Imaging), han logrado observar y medir diversos procesos cerebrales de manera poco costosa (relativamente). Diversos de esos estudios han observado que no parece haber evidencia de que exista un proceso cerebral central que termine “controlando” o “decantando” la miríada impresionante de actividad neuronal que sucede todo el tiempo en el cerebro. Otra manera de decirlo es que no hay evidencia de un proceso cerebral centralizado que produzca lo que podríamos llamar una decisión. No hay un centro, o un homúnculo, sino que lo que se observa cerebralmente es un proceso sumamente intrincado de competencia entre diversos procesos neuronales, con el fin de producir una elección o una acción. En otras palabras, el cerebro es un complejo órgano con subsistemas que interaccionan y compiten entre sí para dar como resultado el proceso de decisión. No hay un centro de decisión racional, no hay manera de encontrarlo físicamente. Tampoco parece ser que la separación entre emociones y racionalidad sea tan clara, pues en realidad ambos procesos se interrelacionan y refuerzan a nivel neuronal.
Desde la economía comportamental también se han estudiado ciertos sesgos y atajos de la mente. El sesgo de descontar el futuro requiere de un sistema de recompensas que el cerebro usa cuando se enfrenta a situaciones gratificantes; sin embargo, esto conduce a menoscabar la recompensa a largo plazo. Estas respuestas cerebrales están asociadas a ciertos comportamientos impulsivos, a evitar que la gente ahorre con más atingencia para su vejez, e inclusive se ha estudiado en personas que terminan cayendo en adicciones.
Otros ejemplos clásicos tienen que ver con la forma en que los seres humanos están sesgados para evadir el riesgo, crear velozmente en la mente patrones ante eventos diversos, calcular en pocos segundos afinidades y fobias en sus relaciones con otros, adaptar sus preferencias a las circunstancias, entre otros. La cuestión clave es que esas mismas estrategias pueden ser un obstáculo para tomar decisiones racionales: buscando, por ejemplo, decidir una cantidad de ahorro mensual, una persona puede ser demasiado optimista respecto de supuestas bajas probabilidades de tener cáncer en el futuro. El optimismo necesario para tener voluntad para seguir viviendo puede ser contraproducente para establecer una visión más realista de la necesidad de un ahorro mayor cada mes. Prejuiciar a las personas es una manera rápida de entablar (o no) vínculos sociales por medio de la empatía; pero ese mismo mecanismo puede también animar sentimientos y lógicas sociales como el racismo u otros mecanismos de pertenencia al grupo que eviten la cooperación a mayor escala. Adaptar las preferencias a las circunstancias puede ser elemental para mantener cierta felicidad y cordura en un mundo incierto (no se puede obtener todo lo que uno quiere); sin embargo, se puede caer en el fomento de cálculos equivocados con consecuencias negativas. Éste es el caso del proceso mental mejor conocido como razonamiento iluso o wishful thinking; por ejemplo: fumar causa cáncer, pero como asumo que soy especial es probable que a mí no me dé esa enfermedad. Estos errores o límites de la racionalidad están, por tanto, íntimamente incrustados en nuestras construcciones sociales a partir de eventos evolutivos de largo plazo.
El inconsiente desde el punto de vista cognitivo
El estudio de la mente ha supuesto y supone el estudio de los procesos tanto inconscientes como conscientes, así como de las relaciones que se establecen entre unos y otros. Bien es verdad que esta afirmación hubiera sido objeto de polémica hace unas décadas dentro del marco de la psicología experimental. Para los padres de la psicología cognitiva (Wundt, 1886 y James, 1890) (2) el único objeto de estudio de la psicología debía ser la consciencia, y James, además, veía en el inconsciente la excusa para cualquier planteamiento teórico (en clara referencia al psicoanálisis), lo que acabaría alejando a la psicología del objetivo de convertirse en una disciplina científica. Y el conductismo que dominó durante décadas la investigación experimental en psicología fue más allá, no admitiendo ni la consciencia ni el inconsciente como objeto de estudio de la psicología (Watson, 1913; Skinner, 1953).
Nudges, think, steer, Punch!: la batalla por la legitimación de la intervención gubernamental sobre el comportamiento
De una u otra manera, el gobierno siempre ha utilizado herramientas para afectar o modificar el comportamiento de las personas: a través de impuestos, legislaciones, regulaciones, señalizaciones o amenazas y castigos. Muchos de estos instrumentos en la práctica asumen que las personas son, en cierto sentido, racionales, y que usando la razón el convencimiento directo, ayudando a la persona a que calcule las consecuencias de sus actos, se alcanzará un objetivo complejo: que las personas cambien estructuralmente su comportamiento. Muchos de estos instrumentos confían tanto en la racionalidad de las personas que se asume que cuando no se logra el cambio de comportamiento deseado es porque dichas personas que no cambiaron son, francamente, irracionales (y deberán sufrir las consecuencias, que pueden ir desde la pérdida de beneficios hasta la libertad).
La agenda del gobierno conductual propone una visión distinta de la naturaleza humana y, por lo tanto, de muchos de los instrumentos del gobierno. Establece como base un mayor grado de comprensión de la condición humana, tomando en cuenta los elementos irracionales del comportamiento, para el diseño de políticas. Estas nuevas estrategias toman en cuenta, por un lado, los límites de la capacidad cognitiva de la mente y, por otro, la forma en la que éstos condicionan la toma de decisiones; e incluso cómo estos condicionamientos pueden ser sociales a la vez: la reputación de una persona al final de cuentas es también un producto mental y social tanto racional (reputación por actos concretos) como irracional.
CONCLUSIONES: POSIBILIDADES Y ADVERTENCIAS SOBRE EL ADVENIMIENTO DEL GOBIERNO CONDUCTUAL
La discusión del gobierno intervencionista sobre los comportamientos irracionales de las personas abre nuevas posibilidades y al mismo tiempo dudas respecto de la discusión de cómo un gobierno en democracia puede conducirse para resolver problemas públicos. En un extremo tendríamos las visiones sobre optimistas de la gobernanza, donde la interdependencia entre muchos actores con diferentes cuotas de poder permitirían pensar una acción gubernamental necesaria y hasta racionalmente participativa. En el otro extremo, tenemos una visión en cierto sentido tecnocrática, que pone a un grupo de expertos a pensar las arquitecturas de la decisión: los nudges. Al respecto, cabría primero destacar que estos no necesariamente son extremos excluyentes: los nudges, como se ha descrito en este artículo, buscan intervenir en esos espacios donde las decisiones de las personas pueden no ser racionales justamente debido a factores de información, biológicos y neuronales incluso, que construyen una especie de velo de costumbres o hábitos relativamente automáticos y que las personas no podemos hacer conscientes con facilidad. En este sentido, se están añadiendo instrumentos a la caja de herramientas de la intervención gubernamental sin, necesariamente, hacer excluyentes diversas formas o instrumentos de reforma.
Es un tema muy frecuente y hablado por las personas se tiende a aumentar las ganas de indagar e investigar mas detalladamente sobre el tema, por eso quise agregar un video con la perspectiva de el señor Freud, quien influye mucho en este tema.
TRABAJO DE DETERMINANTES SOCIOCULTARES
PRESENTADO POR: VALENTINA PEREZ PEREZ
2020
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